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Por qué muchas fotos modernas se ven horribles
¿Alguna vez has sentido que las fotos que tomas hoy no se parecen en nada a lo que realmente viste? ¿Y que las imágenes de otras épocas tienen un “algo” difícil de explicar, una textura emocional que parece que el mundo era distinto entonces? No es tu nostalgia jugando contigo. Tampoco estás recordando mal. La realidad es que la tecnología con la que hacemos fotos cambia por completo cómo se ven… y cómo las sentimos.

Durante más de un siglo, las fotos en película fueron moldeadas por factores muy concretos: emulsiones, químicos de revelado, lentes, errores, aciertos, luz filtrada por cristales. Cada época tenía su paleta, su forma de capturar el mundo. Por eso una foto de los años 70 no se ve igual que una de los 90… incluso si fue tomada con la misma cámara. Y ese carácter era la propia materia sobre la que se imprimía la imagen lo que la hacía única.

Entonces llegó la revolución digital. Aparentemente, todo sería más “limpio”: los sensores capturan luz, la convierten en datos que van a la tarjeta de memoria, y listo. ¿Dónde queda aquí el alma? ¿Dónde el carácter? Lo curioso es que incluso en los primeros años de la fotografía digital, las marcas ya tenían que decidir cómo debía verse una imagen. El “color Fuji” o los tonos cálidos de Canon no son casualidad. Son decisiones de ingeniería que, sin darnos cuenta, moldeaban nuestra percepción visual.

Y luego llegaron los smartphones. Al principio eran cámaras bastante mediocres comparadas con las compactas digitales. Pero en torno a 2010, algo cambió. No solo mejoraron, sino que coincidió con un cambio mayor: la razón por la que tomábamos fotos estaba mutando.

Distintos filtros de Instagram
El impacto invisible de Instagram. Instagram nació en 2010, el mismo año que el iPhone 4. Y no fue solo una app de fotos. Fue una declaración de intenciones: “Queremos que las imágenes se tomen y se compartan sobre la marcha, en tiempo real, desde el móvil”. ¿Resultado? Las ventas de cámaras tradicionales empezaron a caer. Porque ahora, la cámara que todos llevábamos encima no era una más, era la cámara. Y lo que hacíamos con esas fotos también cambió: las compartíamos. Para mostrar. Para gustar. Para recibir ese corazón digital que, de forma tan sutil, terminó moldeando nuestras decisiones creativas.
Empezó la era de los filtros. Pero más allá del gusto personal, los estudios mostraban algo más profundo: las fotos con filtros recibían más likes y más comentarios. Y claro, los usuarios repetían la fórmula. Poco a poco, pasamos del filtro desenfadado a la foto profesional subida con mimo desde una DSLR. Editada en Photoshop. Exportada. Transferida. Subida. Todo para seguir en la rueda del “me gusta”. Y los fabricantes de móviles lo vieron claro. Si queríamos fotos que parecieran sacadas de una réflex… se las darían.
En 2011, un equipo de Google comenzó a trabajar en lo que ahora conocemos como HDR inteligente. Y más tarde, en simular desenfoques de fondo como los de una cámara con sensor grande. Así nació el modo retrato. Y con él, un nuevo estándar: imágenes limpias, brillantes, con fondos suaves. Perfectas para gustar. Para captar atención.

Modo HDR+ de los smartphones Google Pixel
El peligro de hoy: Ya no hacemos fotos, hacemos contenido. Y aquí está el punto clave. Las cámaras de los móviles actuales ya no capturan solo lo que ves… capturan lo que funciona. Lo que el algoritmo premia. Lo que genera engagement. La foto ya no es solo un recuerdo. Es una herramienta para atrapar ojos. Y eso tiene consecuencias. Hoy, al tomar una imagen con tu smartphone, no decides cómo quieres que se vea. El teléfono lo hace por ti: aplica HDR, suaviza piel, realza sombras, afila bordes. Todo con IA, aprendizaje automático y ajustes automáticos. Y ni nos enteramos.
No pedíamos que las sombras tuvieran detalle. Solo queríamos una foto tal y como la veíamos nosotros. Pero las tendencias actuales ya no trabajan para tu ojo: trabajan para el feed.
Y ahora, ¿qué? Pues podemos volver a lo que nos permite elegir. Disparar con cámaras en modo manual, donde la estética no viene preinstalada, donde podemos pensar antes de disparar. Donde la foto aún se siente como un algo artesanal.
Haz fotos con lo que quieras. Usa lo que te inspire. Diviértete con la fotografía. Y entonces, tal vez, dentro de diez años, miraremos atrás y diremos: “Qué bien se veían las cosas en los 2020…”. ¿Lo mejor? Es que tú y yo estamos aquí para capturarlo.
Hasta la próxima semana, Felices disparos.
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