Deja de buscar la foto perfecta

Cuando empecé en la fotografía, allá por el 2006, pensaba que había fotos buenas y fotos malas. Respuestas correctas e incorrectas. Que como en la escuela, todo era blanco o negro. Pero eso fue una mala manera de empezar. Y es que hay una frase que, si no la conoces, te la escribo hoy por aquí: “La comparación es el ladrón de la alegría”. Y no puede ser más cierta.

Dos años más tarde, en el 2008, fui a una escuela profesional de fotografía sin haber estado nunca rodeado de otros fotógrafos. Y de repente me encontré allí, con gente que parecía saberlo todo, con más experiencia, más técnica, más estilo. Bueno, y algún que otro quisquilloso que recuerdo de aquel lugar, que me miraba raro un día que llevé un 70-200mm blanco (el famoso “copito de nieve” de Canon), diciéndome en tono solemne la típica frase de “no por tener un objetivo tan bueno vas a sacar mejores fotos”, sin saber que yo lo había alquilado porque me tomaba en serio mi aprendizaje en sus inicios. Y recuerdo que una compañera de aquella escuela, que era psicóloga, me susurro: “No hagas caso, eso es solo envidia” y nos echamos a reír, ante la perplejidad del resto de asistentes ese día.

Y, tras contarte una anécdota personal de cuando era estudiante, te digo que hoy lo veo claro: lo que entonces llamaba “errores” en mis fotos, eran en realidad huellas de quién era en aquel entonces. Y esas huellas, esa forma de mirar, fueron cambiando a medida que pasaba el tiempo. Y esas huellas forman parte del aprendizaje, forman parte de mí mismo.

Hoy puedo decirte que no necesitas un estilo perfecto. Ni un 70-200mm alquilado 😂. Ni que todo esté enfocado al milímetro. Solo necesitas confianza. Confianza en que tu mirada tiene valor. Confianza en que esa foto que no se parece a ninguna otra… es precisamente por eso que merece existir. Algunas se quedarán en tu disco duro, otras verán la luz en redes sociales o en tu web, y otras podrán ser vendidas a futuros clientes si así lo decides.

Hoy, mucha gente no ha pasado por una escuela de fotografía. Y en parte está bien, pues pueden aprender solos, entre libros, YouTube y pruebas de ensayo y error. Pero también es fácil que caigan en la trampa del “técnicamente correcto”. En la obsesión por la nitidez. Por el preset ideal. Por copiar el estilo de otros. Por la lente perfecta, por la última cámara del mercado de su marca favorita.

Déjame decirte algo que me habría gustado escuchar en el 2008: No necesitas fotografiar como nadie más. Solo necesitas fotografiar como tú.

Y si ahora mismo no sabes cómo encontrar esa confianza, empieza por aquí: busca a alguien cuya opinión respetes. Alguien que vea tu trabajo y no busque errores, sino rastros de autenticidad. Que te guíe. Esa es tu brújula. En mi caso tengo la suerte de acompañar a alumnos, y en charlas surgen ideas que luego llevan a cabo con resultados que ilusionan. Ahí es donde la fotografía deja de ser un examen y se convierte en lo que realmente es: una forma de expresión. Una forma de decirle al mundo: así lo veo yo.

Porque si nadie te va a examinar cuando te expresas, bien sea hablando o escribiendo. ¿Por qué deberían examinar tus fotografías como si fuera una prueba como las que nos hacían en el colegio?

Por eso hoy te invito a hacer una cosa: Sal ahí fuera. Haz fotos. No para impresionar. No para coleccionar “likes”. Hazlas solo por el gusto de ser tú, con tu cámara, disfrutando del momento.

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